El Rey Lagarto...el que parto y reparto.

Sahím no le miró a los ojos, sabia que aquel acto estaba prohibido, y ya se temía lo peor. El hechicero le agarró del brazo firmemente, pero no con fuerza o violencia como cabría esperar, sino como intentando guiarle a algún sitio. Como un padre que pone la mano en la espalda de su hijo para que ande a su paso.

El indio le siguió, mas avergonzado que asustado. Se encaminaron a un alto en la montaña, no muy alejado del poblado. Desde allí se podía contemplar todas las casas y al fondo, recortando el horizonte, el mar, donde se encontraban la mayoría de los Yucais ajenos al suceso.

En este bello paraje se encontraban dispuestas en hilera un centenar de tumbas. Caminaron siguiendo el tetrico bosque de sepulturas hasta llegar al final. Allí, el mas alto jefe de los Yucais, se detuvo y señaló la última de la tumbas. Había piedras formando un extraño circulo, y en el centro exacto de este se alzaban dos pequeñas lanzas que se cruzaban en su mitad. De la punta afilada de una de ellas colgaba una medalla.

El Indio se acercó timidamente, obedeciendo el leve gesto del hechicero. Sahím pudo a duras penas leer: "A Mario Mendoza por sus labores humanitarias"

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