lunes, 4 de enero de 2010

Medico sin frontera. (part 4)

7:41:00


Sahím conocía bien este tipo de serpientes, y también conocía los devastadores efectos de su veneno. Este empezaría a actuar a las cinco o seis horas, y sus consecuencias se irían agravando hasta desencadenar en la muerte. No podía dejarse llevar por el pánico, solo restaban tres horas de canoa para adentrarse en terreno Yucai, el llegar allí y confiar en su suerte es lo único que Sahím podía hacer.

Laura se estrañó mucho cuando el indio le espetó que no podían detenerse a comer ahora, que luego, mas entrada la tarde lo harían. Pero, como había echo durante todo el viaje, le obedeció sin decir una palabra, y subió a una canoa. Ahora era Laura la que no podía dejar de mirarle, presentía que algo no iba bien, el remaba de manera compulsiva y no dejaba de otear impacientemente el horizonte, como si esperara que, de un momento a otro, algo emergiera de el.

A las tres horas de la reanudación del viaje, Sahím remó hacia la orilla y se dispusieron a comer. A pesar de que el frío no era muy intenso, el indio se afanó en hacer una enorme hoguera. Una vez sentados al fuego Sahím le relató a Laura su desafortunado encuentro con la serpiente. Se lo dijo con la voz suave y tranquila, como quien cuenta una historia a un niño. La muchacha se asustó, pero Sahím trató de tranquilizarla advirtiéndola que los Yucais pronto verían la hoguera y aparecerian, y dandola unos últimos consejos sobre como debía actuar cuando los indígenas hicieran acto de presencia cayó en un profundo sueño.

Laura miraba a todos lados, pensando que en cualquier momento un indigena con la cara pintada de múltiples colores se avalanzaría sobre ella. Pero no fué así. Al poco tiempo de encender la fogata, aunque para Laura pasó un siglo, un altísimo personaje salió de la selva y se aproximó a la chica. Ella no movió un músculo, según le había aconsejado el indio. El indígena la miró detenidamente e hizo un rápido gesto con la mano derecha. De pronto diez o doce Yucais emergieron de sus escondites entre la maleza y se adentraron en el claro. Sin emitir ningún tipo de sonido, cogieron a Sahím a cuestas y empezaron a caminar hacía el poblado. Laura los seguía a una distancia prudencial desde donde los podía observar sin que ellos se percataran demasiado. Al contrario de lo que predijo no llevaban vivos colores en la cara. Las única mujer del grupo llevaba unos símbolos que le tatuaban el rostro, y era bella, muy bella. Los hombres la llevaban pintada de un blanco puro y un negro tizón, todos menos uno que portaba una mascara color ceniza con una franja amarilla que le cruzaba el rostro.

El era, sin duda, el hechicero jefe de los Yucais.

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